Lo de viajar y tal tiene su
gracia, aprendes cosas, amplias las miras y todo ese rollo positivo, tengo
viajes que narrar con su aprendizaje y eso, pero por donde más ando, por donde
más voy y vengo, es por un sitio cercano, por un lugar zigzagueante, mi
pasillo, en él me pierdo tanto que no hay forma de encontrarme, dos puntos
Empieza en el rellano de la
entrada, como en todas las casas, y como vivo en un piso grande, mi pasillo es
grande, y como la recorre entera, mientras deambulo por él, me recorro entera.
Puedo empezar por la cocina,
que es otro comienzo y querer llegar a la salita y sentir que el viaje fue en
balde, me tropiezo con pelusas en el suelo y aprovecho para sacar la escoba, ya
ahí hay parada obligatoria, mis compañeras de viajes me eligieron hace tiempo,
son la escoba y la fregona, indispensables para tener el suelo decente, las
tengo siempre preparadas, me esperan en el lavadero todos los días, no nos
fallamos, los útiles de limpieza no están valorados hoy en día, lo digo en
serio, de que sirve tener una gran casa, bonita, acogedora o moderna, si no
está limpita? No sirve de nada.
No siempre consigo llegar a
mi dormitorio, me distrae la vida, esa vida y sus constantes curvas, no existen caminos rectos, y al fondo, al fondo a la derecha, de todas las derechas, cuando
parece que llegaré a mi cama, voy y sigo, al otro baño, el mío, el que tiene
pinturas que no uso, cremas caducas y silencio mortal, a veces me escondo allí,
cuando algo me supera, cuando de verdad, la verdad verdadera me dice que ya no
quedan salidas.
En estos metros de largo
corredor me puedo encontrar con más cositas, todas a ras de suelo, soy de mirar
para abajo, puedo ver huellas de pies descalzos, me enferman, y vuelvo a sacar
el cubo de la fregona, el detergente, y camino dirigente hacia el cuarto baño
del fondo, pero vuelvo a perderme, en la mitad de esos pasos me encuentro con
que no tengo banda sonora musical, y paro, y pongo algo acorde con mi estado,
ahora ya estoy menos sola.
A menudo me pasa eso, que voy
y vengo y por el camino me entretengo, y me pierdo y me pierdo, y se me junta
algo que espero sea coyuntural, tiendo a la dispersión, maldita ella, me hace
parar en todo, en pensamientos, en titulares, en esquinas y recovecos llenos de
pelusas de nuevo, el divagar pasilleando es un nuevo referente en mi.
Para alguien así, proclive a
estas cosas, lo suyo sería un pasillo corto y ancho, a modo de sala central, con poder y fuerza, elegí mal mi hogar, está claro, escogí muchas
habitaciones dispersas, como yo misma.
Hay pruebas que corroboran
todo esto, cuando alguien viene a casa e intenta dirigir sus pasos hacia un
solo lugar acaba perdiendo también el rumbo, se ve que se contagia la
enfermedad del pasillo, y de mis niños ya ni hablo, la mayor siente el peso de
estos metros cada día y me la encuentro a veces muerta de risa en cualquier
parte del pasillo sin tener ni pajotera idea de hacia donde iba.
Mi madre ya es mayor, y dice
que tiene un poquito de Alzheimer, me
niego a creerlo, duele tela eso, y de hace unos años acá pierde el rumbo en
muchos lugares, lo del pasillo lo amplia ella por la vida en general, a lo
mejor heredé eso, junto con los problemas de circulación y la papada, ya podía
haber heredado sus ojos, malditos genes saltimbanquis.
La cosa es esa, que olvido la
razón de mi partida, que cuando lo recorro se me va la cabeza más de lo que
considero normal, y hago de todo, tardo varias vueltas en saber qué es lo que
me proponía al principio de mi viaje, y me lo paso bomba sola, sobre todo
cuando reparto la ropa doblada y planchada, es fácil encontrar calcetines y
bragas en lugares que no le corresponden, es fácil que deje el cristasol y el
trapo olvidados a la vista de las visitas, porque seguramente me paró mi cabeza
donde de verdad quería estar, en la salita, epicentro de mi piso, la salita
está rodeada por lo demás, y ahí paso las horas, escribiendo o perdiendo el
tiempo en Facebook, recuerdo, soy de fácil perderme.
Qué más da si voy de un
dormitorio a la cocina, o del salón al baño, pasaré por el pasillo, me perderé
mil veces, sólo me encontraré algunas, serán justo en el medio, en la salita
llena de muebles de madera, en mi centro oscuro y solitario.
Mi pasillo es todo interior,
sin ventanas, pero con muchas corrientes, el frío lo inunda en invierno, me
obliga a dar más vueltas en busca de calcetines, trillones de calcetines que no
alcanzan a calentar nada.
También puedo elegir salir
fuera, que no le he dicho, mi hogar tiene una terraza digna de carreras de
galgos, ahí me pierdo menos, miro a la gente que pasea, no hay más, no hay
lugar a confusión, aquí mi mirada es la única que se siente perdida, es más
fácil mirar para fuera que mirar para dentro, siempre.
Los días de estar harta de mi
elijo eso, mirar hacia fuera, desde la terraza, tan larga ella, con todo el
viento del mundo, decidido a llevarse mis malos pensamientos, y yo, decidida a
enresevarlos dentro, cuando me recorro y zigzagueo.