¿Con qué
derecho me tomaste como ejemplo? ¿Crees que este es tu réquiem?
Andre, yo no
quise morir, fue un accidente, hubiese decidido conocerte, estar con todos,
sobre todo con mamá, ella tampoco ha sabido seguir. Ninguno me habéis sabido
llorar, no puedo descansar en paz. ¿Para qué sirve el ángel blanco de mi
hermosa tumba?
Cada día de
vuestras sucias vidas me volvéis a matar. Hermana loca, tienes todo y no
quieres nada, mezcláis indistintamente el bien y el mal ¿Creéis que quemando la
memoria llegareis a leer vuestro futuro en mis cenizas? NO.
En nosotros no
existe la tristeza real, existe la tragedia de mi prematura muerte que no os
hace ni solemnes ni impunes. Andre, el agua es nuestro vínculo, pero no puedo
perdonarte por tirarte al río, no soy agua, me convertí en tu sombra, convertí
tu voz en una voz antigua, sin matices, por eso quizá pareces una chica
hechizada, con tu belleza diferente y tu forma de estar que es una
consecuencia, la de que fui, y por eso cambió tu infancia, nadie te dio ni el
cariño, ni los besos, ni los abrazos necesarios; me llevé los tuyos y los míos.
Por eso no eres
de nadie y al mismo tiempo eres de todos. Escandalosa hermana, ahora vas con
esos cuatro chicos, inocentes, cristianos, ajenos, que te miran desde la penumbra,
viven rodeados de sus patéticas costumbres, con sus oscuridades escondidas, no
como las tuyas, quieres hacer visibles sus sombras. Los atraes más allá de todo
sentido común, eres todo lo contrario a ellos, serán tus mártires. Convertirás
sus destinos mesurados en trágicos, no deberían cruzarse ciertos límites.
Abuela, déspota
oficial, hizo trizas a nuestros padres, siempre. Ella, que esa tarde de abril
se adormiló en una tumbona del jardín, yo sólo era para ella una gemela inútil
de tres años, jugaba sola y caí en la fuente, respiré su agua oscura y al buscar
el aire para respirar no lo encontré, y ahí naciste tú, conversión de la
energía, mamá quedó herida para siempre, y papá con sus viajes, sus ausencias,
que te hace daño al llamarte por mi nombre, Lucía. Lo siento, Andre.
Pero puede que
en el fondo quieras salvarte, por eso el Santo, su voz y sus rasgos antiguos,
fuerza dura y adulta cuando reza, y cuando te ama, como tu verdadero padre. Te
acostaste con todos, pero tu redención fue solo para y por él, para el Santo.
Un secreto más, la hija que esperas, que no conocerá a su padre como tú no
conociste al tuyo. Solo te pido que no le pongas mi nombre, que me olvides, que dejes de morir cada día.
Estoy contigo y no me ves, como Jesús en Emaús.
Lucía Morales Ramírez, para Baricco.
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