La cuarentona reventona no sale las noches frías en tacones enrimada.
Querida mía, haz la cena, reparte jarabes con tu bata
enguatada, busca cine americano fácil, o una serie programada, zapatillas
desgastadas y la lengua sin afilar déjala para la noche del sábado, falsa
lujuria asegurada.
Los tacones hacen daño, la mejor manera de ignorar las
arrugas es mirar al espejo de los ojos infantes
misericordiosos. No presumas de tu tipo, no sueñes con ser Ava.
En otro tiempo, lugar y forma pierdes las horas en el baño,
rodeada de máscaras, y toda la línea negra que te pintes es poca, todo el cuero
que te ciña no saca a esa fiera que tienes guardada, acomodada.
Hay un tiempo para que no pesen los años, ni las ganas, el
rojo en tus labios será el sello de las promesas inventadas.
Dios si existieras te pediría la libertad de no mirar el
reloj con culpa mientras juego al billar poniendo mi lindo culo en pompa, sin
pensar en ninguna mirada, te ruego que pintes un cielo con música de la que se
mete dentro y no te deja cava.
Muevo mi largas piernas con movimientos de madre. Arritmia, me amas?
Rezaría mil credos para no ver a las que tienen la belleza
que perdí, y toda la juventud y el encanto, toda las carnes prietas y las horas
regaladas, para que esas niñas insensatas dejaran de mirar su maldito móvil y
oyeran un concierto como yo lo hago, para que quisieran ser altavoz y vibrar enteras,
explotar con cada palabra.
Me encomiendo a la locura, después de la lluvia, mi amiga
Soledad corre conmigo por los soportales, me dice que he cambiado poco, y que
el vaivén tras las copas me está dando la evasión que suplicaba.
Lucía Morales.
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