domingo, 11 de mayo de 2014

Sonríe porque pasó. DP 23







No llores porque ya se terminó, sonríe porque pasó.

El día en que lo iban a matar, Santiago Nasar, se levantó a las 5.30 de la mañana y lo primero que hizo fue rasgar toda su carne, cual hojarasca y pensar en su tío el coronel, por no tener quien le escriba, y rememorar a su otro tío el general del laberinto, y recordó, cuando era feliz e indocumentado, cómo se cuenta un cuento, y vistió su piel y alma de José de la Concordia. Por su bendita manía de contar, escogió una vida para contarla.

Entró en la cocina y miró a Mercedes, que le dio todo su amor en los tiempos del cólera, Mercedes que tuvo que oír antes de casarse a su hombre lleno de amor sentado y confesándole, en forma de monólogo en un solo acto, todas las memorias de sus putas tristes

Después, en pleno otoño de patriarcas, se fueron de viaje de novios y vieron llover en Macondo, y vieron los ojos de un perro azul, conocieron las historias de la señora Forbes en un feliz verano, mientras se manchaba la nieve por el rastro de sangre de todos los niños que no tuvieron un país que les alcanzase para vivir más de dos años.

A los pocos meses, después del funeral de Mamá Grande, muy amiga de la Tigra, y por no poder alquilarse para soñar, ya que eso sólo le traería un secuestro, se hizo militante del periodismo, crónicas, reportajes y notas de prensa, mientras viajaba, viviéndose naufrago, por países socialistas, sintió que eso de la obra periodística era peor que Vivir cien años de soledad.

Entonces conoció la cándida Eréndira y a su abuela desalmada, que le contaron su increíble y triste historia,  y también la de un negro que hizo esperar a los ángeles y doce cuentos peregrinos, y cuando le hablaron del amor y sus demonios, José de la Concordia decidió volver a casa con Mercedes, a saborear el dulce sabor de una mujer exquisita.
Tuvieron dos hijos, Rodrigo y Gonzalo, que nacieron con el cordón umbilical lleno de realismo mágico y de historia, unos hijos que al igual que su padre, y que William Faullkner, se niegan a admitir el fin del hombre.

Pasó el tiempo, ya estaba todo escrito, y en la mala hora, llegó el cáncer para Gabo, José de la Concordia o Santiago Nasar, como tercera resignación. Y decidió la vida, de este colombiano errante y nostálgico, tras estar con poetas y mendigos, músicos y profetas, guerreros y malandrinos, que este inventor de fábulas que todo lo cree, tenía que descansar, las linfas eran la crónica de su muerte anunciada.


Después entró en su casa por la puerta trasera, que estaba abierta desde las seis y se derrumbó de bruces en la cocina.


Lucía Morales

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