No llores porque ya se terminó, sonríe
porque pasó.
El día en que lo iban a
matar, Santiago Nasar, se levantó a las 5.30 de la mañana y lo primero que hizo
fue rasgar toda su carne, cual hojarasca y pensar en su tío el coronel, por no
tener quien le escriba, y rememorar a su otro tío el general del laberinto, y
recordó, cuando era feliz e indocumentado, cómo se cuenta un cuento, y vistió
su piel y alma de José de la Concordia. Por su bendita manía de contar, escogió
una vida para contarla.
Entró en la cocina y miró a
Mercedes, que le dio todo su amor en los tiempos del cólera, Mercedes que tuvo
que oír antes de casarse a su hombre lleno de amor sentado y confesándole, en
forma de monólogo en un solo acto, todas las memorias de sus putas tristes
Después, en pleno otoño de
patriarcas, se fueron de viaje de novios y vieron llover en Macondo, y vieron
los ojos de un perro azul, conocieron las historias de la señora Forbes en un
feliz verano, mientras se manchaba la nieve por el rastro de sangre de todos
los niños que no tuvieron un país que les alcanzase para vivir más de dos años.
A los pocos meses, después
del funeral de Mamá Grande, muy amiga de la Tigra, y por no poder alquilarse
para soñar, ya que eso sólo le traería un secuestro, se hizo militante del
periodismo, crónicas, reportajes y notas de prensa, mientras viajaba,
viviéndose naufrago, por países socialistas, sintió que eso de la obra
periodística era peor que Vivir cien años de soledad.
Entonces conoció la cándida
Eréndira y a su abuela desalmada, que le contaron su increíble y triste
historia, y también la de un negro que
hizo esperar a los ángeles y doce cuentos peregrinos, y cuando le hablaron del
amor y sus demonios, José de la Concordia decidió volver a casa con Mercedes, a
saborear el dulce sabor de una mujer exquisita.
Tuvieron dos hijos, Rodrigo y
Gonzalo, que nacieron con el cordón umbilical lleno de realismo mágico y de
historia, unos hijos que al igual que su padre, y que William Faullkner, se
niegan a admitir el fin del hombre.
Pasó el tiempo, ya estaba
todo escrito, y en la mala hora, llegó el cáncer para Gabo, José de la
Concordia o Santiago Nasar, como tercera resignación. Y decidió la vida, de este
colombiano errante y nostálgico, tras estar con poetas y mendigos, músicos y
profetas, guerreros y malandrinos, que este inventor de fábulas que todo lo
cree, tenía que descansar, las linfas eran la crónica de su muerte anunciada.
Después entró en su casa por
la puerta trasera, que estaba abierta desde las seis y se derrumbó de bruces en
la cocina.
Lucía Morales
Magnifico :D
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