¿Para qué me sigues llamando
si sabes que cada vez que voy sufro y me lo trago? Que llevo tres años dándome
y dándome por unos minutos de nada, por unas mentiras que hace tiempo ya no se
sostienen, que por vivir en esta agonía acabo muriendo, ¿Te gusta verme así?
Si no puedes con tu soledad
yo no podré tampoco, acaso no lo ves? Sabes que no sé negarte, si me llamas iré
y me voltearé como un calcetín, como un calcetín sucio loco porque lo laven,
centrifuguen y luego doblen con su pareja, loco por que seas ese calcetín
perdido que quiere lo mismo de mí. Y con toda esa ilusión voy a tu encuentro,
con el corazón por boca y la boca seca de ti, jugándome lo poco que tengo por mirarte y buscar alguna certeza, y vuelvo siempre vacío, con más dudas, con esa
sensación frustrante de que sólo querías pasar un rato en el pedestal donde te
adoro, vuelvo derrumbado María. Deja de portarte así.
No soy yo quien se equivoco
de vida y eligió sin decidir. Cuando dejes de ser una niña mimada y consentida
tendrás que coger las riendas de tu vida, dejarlo y tirar tú sola, o elegir
seguir casada, ser feliz, hacer tu cama de matrimonio llena de ideas de jabón y
culpa, ese lecho que no compartes conmigo mientras duermes, que son las horas
en las que más te añoro, donde te abrazaría, pero no será. No hablaré con tu marido, no, yo no me casé, lo hiciste tú. María deja de
buscar culpables, quiéreme aunque sólo sea un segundo, crece y madura, déjame
partir.
Lucía Morales
No hay comentarios:
Publicar un comentario