miércoles, 18 de mayo de 2016

Arde Babylon. DP 104



Unos nacen con estrella y otros estrellados, unos con la fortuna de su parte y otros se la curran día a día a destajo, todo es rueda y  círculo formado, pescadilla que se muerde la cola con más fuerza que mil demonios borrachos y cuarenta vírgenes rezando.

Esta es la historia de siempre, la del que está arriba actuando en el escenario y la del que está abajo, mirando, siempre mirando, algunas veces aplaude, otras chifla, otras veces se duerme, y lleno de cobardía y sin mucho fundamento en su juicio, vuelve a su casa opinando del valiente que se subió al escenario.

El que sube y presume debe hallarse con cien padrinos, los hados cerca de su alma revoloteando, las musas certeras, un apellido ilustre, una carrera con rancio abolengo y, ya puestos, con belleza y cultura de la de andar por barrio, si no se entiende el asunto en cuestión ya puedes culpar a la falta de códigos, que si no me entiende nadie, que si nadie me quiere, que si yo es que soy más listo o lista, que si hoy era un mal día; de excusas y motivos podemos escribir mil libros, pero lo cierto, lo realmente cierto, es que casi no existen certezas -ni mucho menos milagros.

Mis códigos van por derroteros extraños, encuentro consuelo en quien me aporta algo, quien me lo aporta con sutil belleza, y aún siendo marinera literatural no me subo a todos los barcos. Seguiré enamorada de las palabras bellas, esdrújulas, escribiendo al vacío y concatenando.

Arde Babylon, ciudad de jardines colgantes, llena por obra y gracia de Sumeros, Helenos, Nabuconodosores, fue necrópolis amurallada con puertas, puentes, palacios, torres y santuarios.

En ella, la Torre de Babel -con todos hablando- cada loco con su historia, cada egoísta con su memoria, y a fin de cuentas, sin nadie queriendo ni sabiendo escuchar, y desde sus sótanos había gente que quería alcanzar los cielos, así, en plural, comenzaron hablando igual, y al alcanzar la fama se dispersaron las lenguas y de ahí que podamos culpar a la Torre de nuestra incomprensión y del abismo de nuestras soledades.

Seguiremos danzando por este alocado y caótico lugar llamado vida, buscando cómplices que hablen nuestro idioma, para llorar y reír juntos, bajo la mirada de gente de todo tipo, algunos buenos y otros realmente malos. Y seguiré enamorada de la verdad y sus formas, con un pie en la cocina y otro entre libros y autores que me arañan y desarman, buscando una buena historia que novelaros, en fin, siendo madre que aprendió a hacer pucheros mientras filosofaba, enamorada de Pombo y su historia de La niña, que me atrapó porque lo bueno es bueno, sin querer y sin cesar. En fin, en resumen resumiendo, concatenando.



Lucía Morales.



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