La niña escondida. DP 41

La habitaba una niña, le chillaba la histeria, le susurraba un demonio, le envolvía un manto de miedo y de ira.

Caminaba perdida, detestaba la ajena alegría, moría de noche, moría de día.
Cada amanecer el alba se lo repetía.

Tragaba lamentos, se atragantaba de mentiras, hablaba para otros, nunca para ella misma, escuchaba historias que no le concernían.

Sentada en el parque, esperaba la brisa, rezaba a deshoras suplicando paz y caricias.

Embriaga de todo, la realidad rehuía, y despacio se cavó un pozo de soledad, que era lo único que no quería.

Encontraste a un persona que te miraba entera, por dentro y por fuera, que tu lado negro comprendía.

Preocupada y ocupada esa persona por que no te faltara, cada día, tu chispita de alegría.

Pero el pozo seguía, la nostalgia del ayer y los sueños rotos empezaron a construir castillos de cristal, con ladrillos de nada y suelo que no existía.

No se puede ver toda la verdad de golpe, no se puede soportar dolor sin afrontarlo, no podía ver que el mundo no era lo que se suponía.

La mujer caminaba con los ojos de niña, con pupilas azules y su melena marchita, con sus pequeños pies a cada paso más se perdía.

La compañía no era suficiente para solventar tantos años de armaduras y toxinas, de cambios de camino sin encontrar la salida.

Dualidad sumergida.

La única manera de encontrarse es saberse perdida, la prosa la ama pero no encuentra su poesía. Ahora el tiempo se para y el origen viene para demostrarle que mucha soledad de su castillo eran nubes y burbujas que su mente construía, que hay alma en su casa y ventanas por donde ya entra la brisa, miradas amigas.

Y a esperar el nuevo presente, con tu cestita de esparto, que ahora tiene manzanas buenas, que ya no volverá a tener manzanas podridas.

Enseñando con actos que se quiere por las virtudes y se ama por los defectos. Sin maquillajes nos vemos. Toda esa persona amable y sincera es la que amo y quiero.

Coplilla dedicada a la niña de mi corazón.

Lucía Morales.